enero 09, 2009

Frío

Al pisar la oscura calle, el frío tomó forma de daga, y pasó su filo por mi rostro. Fue entonces cuando cometí el error, refugiándome bajo mi bufanda. Tras tantos años sin invierno, había olvidado que el frío es conquistador, se mete bajo la piel, te estremece y se niega a salir.

El frío, en mi pensamiento, fue el estallido de mil cristales, un soplido blanco que llenó mis manos de heridas, y sonó en mi oído como la nota más aguda del piano. Ya de vuelta a la ciudad, observé a la gente, y no ví sus caras. Ví pashminas, bufandas, gorros y abrigos abotonados hasta el infinito. Vi manos escondidas en los bolsillos, buscando calor. Vi personas sentadas, aturdidas, con la nariz enrojecida y la mirada acuosa y magullada. Vi el presente, con calles que se hacían largas a cada paso que daba, albergando abrazos desafiantes y refugios deshabitados. En aquel momento, cerré los ojos, y ví el pasado, con mi madre portando el mismo abrigo verde cada año, zurciéndolo para que el dinero no se perdiera, y la ropa nueva fuera para mí. Al final, esperaba el regreso a casa, la ducha caliente, los calcetines gruesos, y el arropo de una manta bajo la que abandonarse. Fue aquel momento breve, casi minúsculo, en el que un tazón de caldo esperaba en la mesa, para ser acariciado por mis pequeñas manos. Entonces, como por arte de magia, el frío desapareció.

Arquero Urbano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy acertada la música que acompaña al relato del frio, sus notas acaban convirtiéndose en las dagas que mencionas, las que te cortan la cara, las que atraviesan tu piel.

Sigue escribiendo, me gusta leerte.
Un abrazo, Pachelbel.