Anoche, Barcelona vivió una batalla desigual en la impecable pradera que sostiene el Camp Nou. A un lado, una tropa hermosa, vigorosa y demoledora llamada F.C. Barcelona. Al otro, once portadores de ropas gastadas, heridas sin curar y aspecto de derrota. A estos últimos les llamaban Real Madrid. Dicen que el choque duró noventa minutos, pero yo juraría que en el césped se enfrentaron todos los segundos vividos por dos instituciones tan distintas como apasionantes. Real Madrid y Barcelona han sido, son y serán los enemigos por antonomasia. Cuando se enfrentan, el mundo se detiene, y aun con el paso de los años uno no sabe muy bien por qué.
Como decía, ayer era uno de esos partidos en los que las crónicas estaban escritas por adelantado. El imbatible Barcelona salió con el partido ganado, y sólo tenía que preocuparse cómo y cuando imponerse. Inesperadamente, los madridistas se negaron a entregarse antes de luchar, rompieron sus camisetas y dejaron que sólo el escudo protegiera sus desnudos torsos. Con mirada desafiante, cogieron los cañones del Barcelona y le retaron a disparar. El Real Madrid se agarró al orgullo, y peleó cada centímetro del campo como si fuera el último rincón del mundo en libertad. Aguantó ochenta minutos eternos, obligando al Barcelona a dudar de sí mismo, asustando a los suyos y silenciando una ciudad entera. Al final, el Real Madrid perdió. El Barcelona era mejor, y a pesar de la desasosegante pelea blanca, no hubo lugar para la heroicidad. Pese a ello, sí hubo gloria en una de las más elegantes derrotas que yo haya visto en mi vida. Si lo de ayer es morir, que todos los poemas hablen de muerte.
1 comentario:
excelente comentario Angel. Me ha gustado mucho la metafora a la que nos has trasportado para describir el partido. Ahora a esperar el partido de vuelta. Que no se por que me da que nos tocara palmar. Pero bueno.. Ahora voy a disfrutar.
Publicar un comentario