El día en que George W. Bush decidió acometer la invasión de Irak, olvidó que en la sagrada jerarquía que rige los derechos humanos, el primero de ellos es el derecho a la vida. No se entiende, de lo contrario, que el todavía presidente de los Estados Unidos hable de tal conflicto armado como de un simple error de gestión. En marzo de este mismo año, las cifras de muertos rondaban, según las estimaciones más bajas, los 82.000 ciudadanos iraquíes. Otros informes llegaban a los 600.000. Habría que sumar los 4.000 soldados americanos caídos en combate. Muchas vidas para hablar de un simple error, y para tratar de quedar impune ante un Mundo que debería exigir un castigo.
Volver cinco años atrás representaría un ejercicio imprescindible para cualquiera de nosotros. Ya advertimos en un artículo pasado que el Mundo estaba demasiado preparado para "acordarse de olvidar" hechos como los acontecidos en el país asiático. Es un ciclo que se repite con demasiada frecuencia. Primero, la sorpresa. Después, la indignación. Más tarde, el hastío. Por último, el olvido. Normalizamos las noticias, interiorizándolas en nuestro interior como acontecimientos puramente normales, propietarios del día a día como el levantarse y el dormir. Si uno pone el informativo, y escucha que en Irak ha habido un atentado, o en África un nuevo conflicto armado, el gesto es tan indiferente que da miedo. No sé si hablar de lejanía, de hedonismo, o de descorazonadora normalidad, pero los humanos olvidamos cada día aquello que nos hace clamar por la justicia en el Mundo. Si somos capaces de permitir que un informe erróneo de la inteligencia americana cueste tantas y tantas vidas sin hacer nada al respecto, estaremos olvidando por qué estamos aquí, si es que los que vivimos en este Mundo estamos para algo más que para vivir por y para nosotros.
Lo que diferencia el conflicto de Irak del resto es que fue decidido unilateralmente por países ajenos al alcanzado. Un día, alguien tuvo la idea de penetrar en tierras extranjeras, por la fuerza, bajo la coartada de llegar en nombre de la paz con el fin de instaurar la democracia y librar al mundo de una amenaza sin igual. Bastó una foto y unas reuniones de gala para formalizar una guerra a la que yo preferiría llamar invasión. No sé qué derecho les legitimaba, pero lo hicieron. Cinco años después, Irak es un país arrasado, sin control, y me atrevería a decir que más peligroso que el que se encontraron los soldados americanos a su llegada. ¿De qué ha servido todo esto? ¿En nombre de qué ha muerto tanta gente? ¿Basta con reconocer un error cinco años después para enmendar esta desgracia?
Seré breve, para terminar. Pido, en mi propio nombre, la presencia de George W. Bush y sus aliados ante el Tribunal Penal Internacional, respondiendo como partícipes de crímenes de guerra.
1 comentario:
Suscribo la petición. El tiempo no debería ser excusa para que los culpables paguen por sus actos.
Un saludo Ángel.
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