noviembre 16, 2011

Melancholia - Crítica

Tras ver Melancholia, la tentación de calificar a Lars Von Trier de "cabrón con talento" es aplastante. La última obra del irreverente director danés funde en sí misma casi todas las cualidades que -algunas a su pesar- le visten e identifican en el caleidoscópico panorama del cine actual: la poesía como parte de un todo macabro, los cimientos del dogma a su servicio -y no al contrario-, la estética como elemento diferencial y, por encima de todo, una gélida y desesperanzada visión de nuestra especie.

Si Dogville y Manderlay parecían evocar al teatro minimalista, los inicios de Melancholia parecen más bien sacados de una ópera apasionada. Un deslumbrante primer plano de Kirsten Dunst precede a una secuencia de escenas encadenadas, evocadoras de un apocalipsis más propio del cuadro de un renacentista italiano que del cine más recurrente. Tras ello, dos actos separados pero hilados entre sí. Parte I: una boda siniestra en su propia concepción y desarrollo, en la que la lectura podría ser: ¿Merece la salvación esta raza a la que representamos?; Parte II: la inevitable cercanía del fin de todas las cosas, visto desde la perspectiva de dos hermanas (Dunst, la gélida melancolía; Gainsbourg, la desesperada resistencia). Tras el objetivo, un director tan sólo fiel a sí mismo: amargo, aséptico, irreverente, pretencioso, y dotado de un talento indiscutible. Lars Von Trier.

Von Trier ha tejido su carrera con la indisimulada intención de sentar cátedra. Primero, sentando las bases de un movimiento (el Dogma) que no duda en utilizar a su antojo. Segundo, dejando constancia del poco valor que otorga a la especie a la que pertenece. Tercero, ejerciendo de macabro poeta, forjando en imágenes versos propios del sombrío averno. Tal vez sea esa mezcla entre poesía y maldad lo que produce en el espectador una sensación que es al mismo tiempo magnética e incómoda. Es la personal manera de entender el Mundo de quién es capaz de destruir creando, o de pintar obras de arte con el pincel bañado en sangre y cenizas.

Melancholia adquiere -estéticamente- un tono amateur (Dogma mediante) en gran parte del metraje-, pero no duda en emerger como obra -estéticamente- mayor en el caos en el que Von Trier sumerge a sus personajes. Tal vez la destrucción sea lo único que merezca la pena filmar con relevancia. Y en medio, personas a las que, como tantas otras veces, parece dejar abandonadas a su suerte, sin calor ni compasión, hasta que tres manos se entrecruzan en medio del Fin del Mundo. Y otra vez la pregunta: ¿Merecía la pena llorar por lo que se va? Von Trier, seguramente, habría opinado que no.

1 comentario:

Brauls dijo...

Claramente he visto la misma película que tú pero nunca habría sabido explicarlo...gracias!!!! Genial el fotograma del desnudo selenita de la pequeña Kirsten.
Me encanta la peli y me encanta tu crítica.