enero 23, 2011

De Dioses y Hombres - Crítica

“Las flores no se mueven en busca del calor del Sol”. Esta preciosa analogía, citada en la película De Dioses y Hombres, podría servir como punto de partida para hablar de los monjes franceses a los que dan vida sus protagonistas. El calor del Sol bien podría ser esa paz –o mejor dicho, la libertad- que, aunque anhelada, parece evitar al poblado argelino en que se desarrolla el film de Xavier Beauvois. Las flores –los frailes-, reciben el don de convertirse en humanos, huir del terrorismo y salvar sus vidas. Eligen morir, sujetos a las mismas raíces que ellos eligieron. Beauvois les graba, en planos cortos, en la oración y el canto, en el cuidado del huerto, en la mesa y en la lectura, mientras –a veces de viva voz, a veces en secreto- las dudas aparecen en sus semblantes. ¿Ser héroe y seguir a Cristo en el sacrificio, o escapar a tierras seguras?

La aproximación a la religión es siempre terreno peligroso para un cineasta. El equilibrio siempre es complicado. Tal vez sea por ello que Beauvois parece tener más interés por los hombres –con sus eternas preguntas- que por los monjes. De todos modos, la férrea moral de la que hacen gala los frailes conduce al anhelo de un cristianismo basado en los valores, y no la intolerancia. Un monje que lee el Corán en busca de respuestas. Aunque también un integrista que extiende su mano y se disculpa por olvidar la Navidad. La moral por encima del hábito. Ataca el integrismo, pero no una religión que, bien canalizada, podría ser un barbecho para cultivar una cierta moralidad en la humanidad. Beauvois orquesta una película llena de silencios y reflexiones, igual que la visita a una iglesia en busca de paz, y reivindicando, por encima de todo, el heroísmo no buscado de unos hombres de bien.

Cuentan las Sagradas Escrituras que Jesucristo se sacrificó en nombre de la humanidad. En los años noventa, unos monjes eligieron el mismo final, aunque sean otras las razones que les llevaron a su cruz. Beauvois nos narra sus últimos días, sus dudas, e incluso la última cena que tal vez compartieron en medio de una tierra moribunda. Brindaron con vino, y escucharon a Tchaikovsky. No eran monjes. Eran un médico, un agricultor, un apicultor, un líder inquebrantable. Les perdió la pista en medio de un bosque, en una nevada. Jamás volvieron, pero su ética no debería ser olvidada. A pesar de que su sacrificio pudo ser en vano. Creáis en quién creáis. Incluso si no creéis en nada.

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