agosto 08, 2010

Origen - Crítica

Una de las características más relevantes de Christopher Nolan es el tremendo ejercicio de responsabilidad hacia su trabajo con el que deleita en cada película. Ello le ha convertido, por derecho propio, en uno de los directores más respetados del Hollywood actual. Podrá acusarse de muchas cosas a Nolan -hay algo de aparatoso en sus últimas obras, aunque ya hablaremos de ello más adelante-, pero nadie podrá echarle en cara que no trabaje cada plano de sus películas con la disciplina de un religioso enfervorecido por lo que hace.

Origen es, además de un exigente recorrido por un laberinto conceptual construido en el territorio de lo onírico, un compendio de lo mejor y lo peor del cine de Christopher Nolan. Obra compleja, adulta, intensa y desasosegante hasta decir basta, Origen adolece del mismo defecto que impidió a El Caballero Oscuro convertirse en una obra mayor, y es la extrema rigidez con la que Nolan trata los 148 minutos del metraje. Allá donde sobra el espacio para la perfección -parece paradójico hablar de perfección cuando se define un defecto-, no lo hay para el delirio, el descontrol y el genio que suele separar las grandes películas -ésta lo es, qué duda cabe- de las obras que se nunca se separan del recuerdo. Más virtuoso que genial, Nolan subraya en exceso -para quien aquí escribe- la trascendencia, la coherencia y la seriedad de una obra que defiende con fuerza y convicción hasta el último segundo, aunque hay que decir, en su defensa, que salir vivo de semejante ejercicio de pedagogía psicoanalítica, y de un clímax de ¡45 minutos! de duración, es un ejercicio de mérito indiscutible.

Es complicado discutirle a Nolan una sola decisión, un sólo plano, un sólo segundo de Origen. La sensación de asfixia y esfuerzo mental con la que uno sale de la sala -sin sentirse mínimamente engañado, como suele ocurrir en cualquier película que se adentre en los terrenos de la no linealidad- son los principales testigos del trabajo de un autor que sigue sin atreverse a formar parte del Olimpo, por el miedo que parece tener a arriesgar el respeto con el que se le trata actualmente. Tampoco es fácil discutir el reparto, encabezado por un Leonardo DiCaprio que sigue sumando directores de prestigio en su eterna carrera por escapar del Jack que lo elevó a la categoría de estrella. Su personaje -una reencarnación casi perfecta de su homónimo en Shutter Island- se mueve constantemente entre múltiples realidades, bien acompañado por un equipo de secundarios tan solventes como faltos de profundidad, empujado y condicionado por el fantasma que mueve a muchos a preferir la vigilia a la realidad; y el sueño a una existencia en la que olvidar, perdonar y ser perdonado puede ser a veces imposible. Un fantasma que adopta diferentes nombres, y al que a veces llamamos amor, desamor, culpa, o simple necesidad de redención.

Puede que alguien se lleve una impresión equivocada de esta crítica, y crea que hablamos de una película intrascendente. Falso. Origen es una película más que notable, indiscutiblemente superior a la media, pero uno sigue esperando que el magistral creador de la inolvidable Memento se imponga al impoluto director de El Caballero Oscuro. Ambos conviven dentro de Christopher Nolan, aunque uno ya no sabe, como Marillon Cotillard en Origen, cuál es el real, y cuál el soñado. Tal vez necesite un salto al vacío -artístico- para salir de dudas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Malísima, no la recomiendo.
Aburrida, larga, falta de ritmo, muy confusa y sin rumbo...
Un desastre.