julio 16, 2009

Paranoid Park - Crítica

El principal patrimonio que tiene un artista es la libertad para llevar a cabo sus proyectos más personales. Hubo un momento en que la carrera de Gus Van Sant caminaba por senderos que hacían pensar en un alma vendida al mercantilismo, a una industria fagocitadora de talentos puros y que dejaba la libertad creativa en un plano demasiado menor. De pronto, de forma inesperada, llegaron la desconocida Gerry, o las más trascendentes Elephant y Last Days, obras que nos permitieron redescubrir a un cineasta inquieto, personal y distinto. En 2007, Paranoid Park se encargó de cerrar la que podríamos definir como "Tetralogía de la libertad". Dos años después, Paranoid Park ha sido estrenada en España.

Uno de los elementos más reconocibles en esta fase creativa de Van Sant es el tono onírico que transmiten unos protagonistas que parecen inmersos en una ensoñación perpetua. Cuando vemos caminar a Alex, con la mirada extraviada y su monopatín en la mano, no podemos olvidar el aire perdido y decadente del Kurt Cobain de Last Days, como tampoco es fácil perder de vista los eternos paseos que cubrían el instituto de Elephant antes de la masacre. Hay algo en las películas de Van Sant que empuja al espectador a la hipnosis. Tal vez sea el calculado uso del sonido, la belleza de sus imágenes, o ese tono que mezcla la poesía con la siniestra sombra de la muerte -de ahí que la propia muerte sea rodada en sus películas como una danza perfectamente ejecutada-, pero es difícil no caer rendido ante la experimentación estética y sonora de un director en estado de gracia.

Paranoid Park está rodada de una forma desordenada, caótica y atemporal, presentando su metraje como parte de la turbada mente de un adolescente a quien la tragedia ha sacado del vacío más absoluto. Alex pasa sus días deambulando, escribiendo a lápiz una carta en la que sus pensamientos flotan de forma discontinua, evitando una verdad horrible, y soñando con las piruetas imposibles de un monopatín que le lleva a volar y ser libre. Tan libre como ha querido ser Gus Van Sant durante un impás creativo que ha podido llegar a su fin, pero cuyo testamento va a permitirle ser recordado como un director de culto.

Paranoid Park es un arriesgado ejercicio que no gustará a todo el mundo, pero también una carta escrita sin orden, esperando a ser leída mientras aparece en pantalla como una poesía que narra, con extraña belleza, la trágica historia de un adolescente que camina sin más rumbo que el que le marca su inestable y fiel monopatín.

1 comentario:

Dumbo dijo...

Es un peliculón súper sensible e hipnótico, con BSO increíble y actores mejores aún. Aquí en casa somos fans.
Un beso!!