marzo 15, 2009

La Cascada

A los que preguntan,

Un día, todo cambió, y las rimas de los poemas se convirtieron en gotas de sangre reseca. El camino tantas veces andado desapareció, llevándose el Sol que ardía a mi espalda, y dibujando un horizonte pintado a lápiz desgastado. Ese momento fue distinto a otros. No divisé el río que caía en cascada, golpeando con fuerza las piedras que me impedían saltar. Aquella jornada, la existencia llegó como un relato imposible de terminar, con el lector decepcionado tras una última página sin final.

¿Puede ser la vida un cesto de fantasías sin colmar, y el eterno deseo de un mañana en que se realizarán? No tengo respuesta, pero sí recuerdo que tras aquel día sólo ha habido desencanto. Desde entonces, muchos días han terminado con los míos preguntando si me pasa algo. Yo miré dentro de mí, mas no encontré nada, ni siquiera una cascada que superar. Tal vez viví en mis carnes el choque entre pasado y futuro, instalado ya de por vida con pensión completa y trato de favor. Tal vez, surgió el presente como reflejo distorsionado de lo que un día fue, y como lacayo del delineante que traza las sombras de la incertidumbre.

Tras aquello, quedó una mirada taciturna, una sensación de no entender nada, y un canto a la paciencia como solución de emergencia. Puede que el hoy sea un punto de partida, pero también un castigo merecido, que dolió porque estaba en el guión y porque, simplemente, tenía que doler. Hoy no hay enfado, miedo ni tristeza. Ni siquiera cascada. Es sólo incomprensión ante una partida de cartas en la que no sé cómo carajo jugar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tú eres un gran jugador, posees entusiasmo, el entusiasmo -al menos- de querer saber cómo se juega, la aspiración de comprender cuál será la jugada maestra,... y eso es un nada menospreciable principio, eso es, cuanto menos, un pequeño signo de que no vas a abandonar la partida.

Además vas sobrado de cualidades, sólo te falta una mano de ésas que, si bien no perfectas (ni siquiera en que resultas vencedor), te hace disfrutar al máximo el hecho mismo de jugar. Sólo esa mano, y el hecho de entender cómo se juega volverá a ser mero accesorio, porque habrás recuperado la fe, no sólo en la victoria, sino, y lo que es más importante: en que ilusionarse es más que posible.

Besos, sorprendente hijo de Dedalus.

Anónimo dijo...

Sí, yo creo en los azares de las partidas. Aquellos en los que la partida toma un giro inesperado y todo el mundo buscar en sus carta la jugada maestra sin encontrarla.
Sí, creo en jugar por jugar y sin esperar si la mano será ganadora o no.
No, no creo en jugadas escondidas con ases en manga de nadie. Me gustan las partidas justas y largas, en las que sólo es cuestión de tiempo que tenga una buena mano.