El Mundo no se crea ni se destruye; sólo se transforma.
Cuando la población mundial se expone a una crisis económica como la que estamos viviendo en nuestros días, surgen las preguntas, la incertidumbre, la desconfianza e incluso el replanteamiento de la estructura que ha originado esta situación. En resumen, se estudia el pasado, el presente y el futuro, y se llega al incómodo pero necesario paso de cuestionar todo aquello en lo que hemos creído hasta hoy. No es la intención de este artículo exponer un nuevo y aburrido teorema sobre las causas y consecuencias de la actual crisis, sino de lanzar una pregunta global, que aproveche el entorno macroeconómico en el que vivimos, y que vaya más allá de todo lo expuesto hasta ahora: ¿Estamos dando los primeros pasos hacia un Nuevo Mundo?
Las bases del capitalismo han estado intímamente ligadas a la generación de riqueza. Si aceptamos como punto de partida que el capitalismo ha actuado, desde Occidente, como motor del crecimiento del aceptado como Primer Mundo, uno debería cuestionar si esas mismas bases tienen algo que ver con la actual situación. Sin entrar en detalles, no hay duda al respecto de una premisa casi incuestionable : El capitalismo tiene a la ambición como perro de presa, y es la ambición mal entendida una de las grandes causantes de lo que está pasando. Podemos hablar de hipotecas subprime, de burbujas inmobiliarias y de muchas otras causas. Las acepto todas, pero yo prefiero hablar de la ambición como elemento generador de dichas causas.
Hay una gran correlación entre microeconomía y macroeconomía. Para entender un problema global, es mucho más sencillo partir de un problema particular. Cuando las malas artes, la codicia y la ruptura de cualquier reglamento están detrás de cualquier operación llevada a cabo en cualquier estamento del circuito económico (y ya podemos hablar de una inmobiliaria que engaña, de un banco que estafa, o de una empresa que explota), es muy probable que también lo estén tras una crisis mucho más amplia. Tal vez el capitalismo era y sigue siendo el mejor entorno en el que crecer, pero está claro que la explotación de sus límites ha terminado por jugarnos una mala pasada. ¿Os suena de algo la frase "Esto tiene que reventar por algún lado"? La han pronunciado muchos ciudadanos de a pie.
Hay un análisis a tener en cuenta fuera de la crisis actual, y es el que hace referencia a la composición del Mundo. Durante los supuestos años de bonanza, hemos querido olvidar que un altísimo porcentaje de la población mundial ha seguido y sigue pasando penurias. Bien sea por regímenes de gobierno infames, por herencias envenenadas, por escasez de recursos o por la gracia de Dios, muchos habitantes del planeta se quedaron sin probar el pastel. La paradoja nos lleva a imaginar una situación en la que la peor crisis imaginable a corto plazo en Europa es apabullantemente más deseable que la realidad habitual de muchos otros países. Ello concibió un orden mundial en el que la riqueza ha sido repartida entre pocas manos, con síntomas claros de explotación, y en el cual reflexionábamos desde la distancia acerca de si la pobreza en el Tercer Mundo era por causa natural o por la dichosa globalización; dando por hecho que el orden de los factores (pobres-ricos) era inamovible.
Hay quien, acertadamente, cree en los ciclos. La historia está marcada por episodios en los que el poder ha ido cambiando de manos durante periodos más o menos largos. Es posible que Occidente haya crecido a costa de muchos y, tal vez, de su propia subsistencia. También lo es que la emergencia de nuevas potencias (China, India) la silenciosa resurrección de Rusia, la enorme presencia de capital privado en Oriente Medio, y los datos que nos llegan sobre el crecimiento de países como Brasil, son síntomas suficientes como para establecer el boceto de una teoría: El Mundo puede no estar enfrentándose al Apocalipsis, sino a un enorme giro de timón.
Mucho se ha hablado de Estados Unidos en estas últimas semanas. El gran gigante que escribió gran parte de la historia del siglo XX está recibiendo un severo castigo que le hace mirar fuera con el respeto que le ha faltado en otros tiempos. El país anglosajón es objeto de la desconfianza de unos, la expectación de otros, y el desafío de quienes hablan cada vez más en serio. Es algo que no debería caer en saco roto, y que asoma en el fondo de los problemas de un país que ya parece tener bastante con lo suyo. Tal vez sea el momento en que Occidente se vea obligado a escuchar nuevas voces. Hay mucho que aprender de una crisis que, tal vez, era necesaria. Creo que se están escribiendo las últimas páginas de una realidad, y las primeras de otra. Tal vez un Nuevo Mundo esté llegando. El tiempo lo dirá.
1 comentario:
De acuerdo en prácticamente todo lo que dices, Ángel. Yo también soy de los que cree en los ciclos, y en este caso creo firmemente que, llegados al punto en el que estamos (o el que tendremos dentro de unos meses, auguro que peor) los que mandan en este barco deberían sentarse seriamente y consensuar entre todos un modelo de crecimiento más sostenible, que no se base exclusivamente en el urbanismo descontrolado, los créditos indiscriminados y la explotación rabiosa de los recursos naturales. Un crecimiento basado en la potenciación de los propios recursos de cada país (controlados por los propios países y no por multinacionales extranjeras) y de las industrias y servicios.
Lo malo es que me temo que pasará lo de siempre. Es decir, ahora los ricos se aprietan el cinturón y juran por lo más sagrado no cometer los mismos errores. Pero cuando las cosas vuelvan a ir bien dadas, la especulación de los ricos volverá a ocupar el primer lugar. Es dinero fácil, no lo olvidemos, y si algo prima en esta mentalidad capitalista es enriquecerse lo más fácil y rápidamente posible.
Sin embargo, aún creo en que alguien sea capaz de poner un punto de cordura en este mundo de locos. Si se avecina un nuevo orden mundial, tal como dices, bienvenido sea. Sólo espero que no sean los mismos perros con distintos collares.
Un gran análisis, Ángel. Enhorabuena.
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