Muse no concibe la música como arte, sino como un medio de defensa y destrucción. La banda británica, que pulverizó ayer a voz, guitarra y batería lo poco que queda del Lluis Companys, ha convertido sus conciertos en un atronador alegato contra la extinción del rock de estadios. Bastaron unos acordes de la alienígena Supremacy para presentar su apabullante estilo ante Barcelona. 40.000 testigos, nada menos. Unos hablarán de épica desbordante; otros, de exagerada megalomanía. Es evidente que Muse no nació para los fans del minimalismo. Sus conciertos van de la mano de pantallas gigantescas, psicodélicos ejercicios de luz, geisers emitiendo bocanadas de fuego, y un mastodóntico delirio en el que la música se alterna con lo más parecido al apocalipsis que uno pueda imaginar.
La propuesta fue descomunal, pero no así el resultado. En el debe está lo que observamos en sus últimos discos: una trayectora a la baja esperando una reacción urgente por parte de la banda. Ello provocó que el show se llenara de constantes altibajos -fue dantesco ver como el público aprovechaba Animals para derribar a patadas las puertas de los aseos-, en los que lo peor llegó de sus últimos trabajos. Casi nada que destacar de su nuevo disco, The 2nd Law; muy poco del anterior, The Resistance. Ante ello, Muse fue rescatada una y mil veces por sus temas más sagrados. ¡Pero qué temas, madre de Dios! Como agua de mayo aparecieron Bliss, Time is Running Out, Stockholm Syndrome o Hysteria. Por no mencionar Knights of Cydonia, canción con la que a uno le dan ganas de ponerse tras la prodigiosa voz de Matt Bellamy, gritar "¡Gloria o Muerte!", e invadir algo, ya sea Marte, Troya, Polonia o el piso del vecino.
Para el anecdotario chismoso quedará un momento tan breve como extravagante, en el que Bellamy bajó a cantar Undisclosed Desires con el público. Mientras los fans tiraban de él como si no hubiera un mañana, a alguien se le ocurrió enfundarle una bandera española. Imagínenselo, con la que está cayendo por aquí. La estampa, que se convirtió en paródica cuando el bueno de Matt añadió una camiseta del Barça a su indumentaria, dio para todo: algún ceño fruncido -esa fan que se cruzó de brazos una canción entera, asimilando lo que acababa de ver, y que acabó volviendo a la vida mecida por los acordes de sus ídolos-, algún silbido, algún aplauso y bastantes carcajadas -muchos lo dudan, pero aún queda sentido del humor por estas tierras-. Igual Muse se animan, ponen a bailar a Mas y Rajoy, y convierten la circunstancia catalana en un nuevo motivo para destruir el Mundo. ¡Ojalá!
Ni lo duden. Hubo final feliz, iluminado por una bombilla gigante a la que le dio por flotar sobre el estadio. La atronadora Plug in Baby; la entrañable Starlight y la reivindicativa Uprising sacudieron Barcelona por última vez, pusieron el recinto patas arriba, y la masa entregó su alma a los Muse para siempre. Uno no vivió la era dorada del rock de estadios, pero siempre agradece los esfuerzos de esta banda por tratar de revivirla. Y si es a base de simular el apocalipsis que necesita esta era, mucho mejor.
P.D. Recuerdo que hace 13 años cayó en mis manos un disco llamado Showbiz -gracias, Brett, estés donde estés-. Lo firmaba una banda llamada Muse. Nadie les conocía entonces. Hoy, llenan estadios. Y nos dejan asistir al fin del Mundo. Sólo por ello merecerá la pena volver.
1 comentario:
SUPREMO concierto. Silbaron cuatro y el del bombo. ;)
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