Lost -Perdidos- ha simbolizado, mejor que ninguna otra obra, el poder de proyección que dos medios tan interconectados como la televisión e Internet puede alcanzar. Lo importante de Lost no era la serie, sino lo que la rodeaba. Si la televisión la puso a caminar; Internet la hizo volar. Tertulias, interpretaciones, misticismo, rupturas de cualquier limitación física -o cómo era innecesario esperar al estreno de la serie en tu país, si alguien como tú se tomaba la molestia de grabar, colgar el capítulo en Internet, y hasta subtitularlo- y la confirmación que el ser humano sigue necesitando creer en algo. ¿Quién dio por muerta a la religión? En Perdidos, el camino que cruza los destinos del bien y del mal -tantas veces recorrido en el pasado- se pegó a nosotros con férrea fortaleza, tal vez porque era fácil identificarse con los componentes del grupo de héroes más imperfecto y complejo posible. Puedo darles un resumen válido de la trascendencia de la serie creada por J.J.Abrams. Hoy, a las 6 de la mañana, muchos estábamos ante el televisor para ver su desenlace.
A medio camino entre la emoción, el desconcierto, y una ligera decepción -era imposible no decepcionar, pues la decepción era el hecho de terminar; no en el cómo-, el capítulo final de Perdidos -cuyas claves no desvelaré- ha apostado por el reencuentro y la despedida, pagando el peaje que implicaba dejar sin respuesta a muchas de las imposibles cuestiones que ha venido planteando desde el principio. Ha podido ser la rendición de los guionistas ante la densa tela de araña en la que han convertido a la serie. Sin querer hacer un balance crítico, y tomando como metáfora dos puntos tan alejados como el ojo que se abre y el que se cierra, es justo reconocer que el gran problema de Perdidos, como serie, es precisamente la incontrolable fuerza con la que emergió. La fuerza del que tal vez sea el mejor episodio piloto de todos los tiempos. Esa fuerza se ha ido perdiendo conforme el ojo se cerraba; conforme se intentaba dar respuesta a preguntas que no tienen cabida en el mundo racional.
Uno acaba concluyendo que Perdidos ha sido como la vida real. Ocurren cosas que no esperamos; que no comprendemos. Y tal vez deba ser así. ¿O acaso no es verdad que necesitamos creer en algo para seguir adelante? Es posible que deba haber siempre preguntas aguardando a ser respondidas, y que seguirán esperando cuando ya no estemos. Es posible que el sentido de Perdidos haya sido darnos algo en lo que creer durante cinco años. Tal vez su objetivo era hacernos soñar con una isla que sólo existe en algún rincón del mundo de los sueños. ¿Qué importan las respuestas, en este contexto?
Perdidos deja un vacío absoluto en el Mundo que deja. Ya no hay nada que esperar. Ya no habrá nada de lo que hablar -o sí; tal vez perviva a través de las discusiones sobre lo que dejamos atrás-. Se pierde una magia que consistía en hacer preguntas; no en dar respuestas. Se va una de las series más importantes de todos los tiempos, no sólo por lo que ha sido, sino por lo que ha creado a su alrededor. Hoy es el primer día de la era post Lost. Y no me cuesta reconocer que ya la echo de menos.
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