Aquellos que creemos en una España concebida como estado federal, asistimos impotentes al creciente desencuentro entre los que no admiten la multiplicidad de sensibilidades dentro del Estado, y los que asumen que ya no tienen cabida en el mismo. España se polariza y divide, entre otras cosas, porque quienes deben guiar sus designios, son incapaces de comprender la naturaleza del país en el que viven. La manifestación que recorrió las calles de Barcelona el diez de julio pone sobre el tapete dos realidades a tratar: (1) La sacralizada Constitución de 1978 ya no sirve para responder a la realidad de la España de 2010; (2) El pueblo ansía el timón, harto de la mediocridad de sus políticos.
La Constitución como dogma y excusa
Un texto, por muy simbólico e integrador que fuera en su día, no puede ser una rémora para el avance de un país que sigue buscando su realidad. Es inconcebible que un País formado por 17 Autonomías sea incapaz de dotar a estas del necesario autogobierno que las llene de sentido, por el mero hecho de apelar a la constitucionalidad o inconstitucionalidad de la propuesta presentada. Si somos incapaces de avanzar hacia un estado federal, en que las partes que lo compongan sean lo suficientemente fuertes como para engrandecer al todo del que dependen, el problema no serán los Estatutos, sino la propia Constitución. El Estatut de Catalunya de 2005, aprobado por el Parlament, las Cortes Generales y refrendado por el pueblo catalán, no puede ser frenado por no caber en una Constitución de 1978. Si un texto de los años setenta está por encima de un proceso democrático vivido 30 años después, y la propia realidad de esta década, lo que hay que cambiar, urgentemente, es el texto.
Aquella Constitución que, para la derecha más radical, constituía el primer paso para romper España, es ahora apelada por la misma facción para evitar el avance en aquello que inició el sacralizado texto: el estatuto de autonomías. Tal vez sea el momento de decir que lo que rompe España es, precisamente, la negación de la misma como lo que es: un grupo de identidades distintas, cuyos factores diferenciales deben ser reforzados con todas las consecuencias. España no se rompe por el avance en el autogobierno, sino por la política del látigo. O cómo querer en España a los vascos y los catalanes, siempre y cuando sean lo menos vascos y catalanes que sea posible.
Urge afrontar la reforma de la Constitución, para convertirla en un texto a la altura de la realidad actual de España, y para posibilitar el avance de los distintos Estatutos de Autonomía. Es tanta la urgencia como miedo a dar el paso. ¿Cómo cambiar la Biblia sin acabar con la religión?
El Fin de la Política
La manifestación del pasado diez de julio fue cualquier cosa menos un acontecimiento político. El pueblo tomó el protagonismo, incomodando a los portadores de la senyera, acusándoles de cobardía y vulgaridad. Vivimos en una era en la que se desconfía del político, donde arrecian los casos de corrupción en plena crisis económica; donde, quienes dicen luchar por una causa, miran de reojo la posibilidad de un pacto con la causa contraria; donde la mentira monopoliza cualquier trayectoria que se precie. El pueblo, harto, siente el olor de la protesta. El sábado, todo político era enemigo del pueblo, independientemente de su origen. A todos, tan aparentemente distintos, les une algo: la concepción de la política como una lucha de egos e intereses, y no como un servicio al pueblo en la búsqueda del bien común. Hay quien se define como Hombre de Estado, cuando sólo es sicario de un grupo de interés.
Sólo la madurez de una Sociedad formada, preparada, ilustrada y valiente exigirá la abdicación de la actual clase política y el cambio por una más responsable, desinteresada y entregada a su verdadera función social.
El Auge del Independentismo
Hubo muchos que celebraron la sentencia del Tribunal Constitucional por posibilitarles una excusa perfecta para la reivindicación de la soberanía. Aquellos que no quieren formar parte de España, independientemente de la estructura de esta, vivieron el diez de julio como un baño de segregación, reivindicación de la separación de España y paso inapelable hacia la independencia. Este auge debería ser motivo para la reflexión de la clase política española, pero la falta de autocrítica y el exceso de cálculo impedirán la misma. Hay una pregunta, que no podrá ser respondida hasta los próximos meses: ¿Cuál es el verdadero alcance del movimiento independentista? ¿Es mero ruido o posibilidad?
La Selección como Metáfora
Se juntan unos catalanes, unos madrileños, unos asturianos, unos andaluces, etc, etc, se ponen a jugar al fútbol, y ganan una Copa del Mundo. Al político de turno le falta tiempo para convertir a la Selección como metáfora de convivencia, cuando es él el primero que radicaliza el discurso e impide la concordia. Naturalmente que podemos convivir, forjar proyectos comunes y construir un país en el que todos tengamos cabida. Siempre y cuando no haya políticos de por medio. Siempre y cuando se avance sin rémoras hacia esa España que podría haber sido y, si no cambian las cosas, no será jamás.
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