No cabe duda que Danny Boyle es uno de los directores más inquietos e inclasificables del panorama actual. No podríamos explicar de otro modo que obras tan dispares como Trainspotting, La Playa, 28 Días Después o la reciente Slumdog Millionaire coincidan en el mismo testamento cinematográfico. En esta ocasión, el director inglés sigue la senda de Wes Anderson en Viaje a Darjeeling, y se viste de turista para ofrecernos un pasaje por los rincones más raciales de la India. Es posible que los cantos de sirena referentes a una futura entrada de capital hindú en el corazón de Hollywood sean ciertos, y que sea recomendable reflexionar acerca del reciente acercamiento de los estudios americanos al colorista Bollywood. Si se trata de un simple tributo o del asentamiento de los pilares del cine del futuro es algo que a lo que sólo el paso del tiempo puede responder.
Slumdog Millonaire es, básicamente, el viaje de un pícaro por la India a través del tiempo. Es éste un país que, al igual que China, se ha visto envuelto en un crecimiento mucho más rápido de lo que cualquier territorio pueda asumir. Ello hace que las desigualdades y contrapuntos (expuestos de forma brillante por Boyle en los planos aéreos de Bombay) deslumbren tanto o más que la revolución geopolítica a la que se ha visto arrastrado el país del Dios Rama. De todas formas, la película de Boyle [condicionada por la cuestionable moda de estructurarse en un montaje compuesto por flashbacks] parece más vigorosa como estrecha vigilante de las andanzas de tres niños abandonados a su suerte que como ejercicio de denuncia social. Arriesgando, podríamos decir que Slumdog Millionaire es lo que su director quiso que fuera, y no es otra cosa que su particular Aladdin, una obra más cercana a Oliver Twist que a Ciudad de Dios.
Es posible que la gran carrera de Slumdog Millionaire en recientes festivales (nadie descarta que se alce con el Oscar a mejor película, desbancando a obras con mucho más potencial) mueva a más espectadores de los que una obra tan humilde como ésta parecía predestinada a concentrar. Gran parte del mérito está en la sensibilidad con la que Boyle trata al entrañable Jamal, regalándole aventura, romance y, sobretodo, un sueño tan universal como el derecho a dejar de ser pobre. Slumdog Millionaire podría ser, además, una de las abanderadas del cine transnacional que está por venir (no olvidemos que es una obra sobre la India firmada por un inglés), o tal vez el arrepentido homenaje de un corresponsal que en otros tiempos habría sido el representante de un Imperio Colonial. Son tantas las posibles lecturas, que esta crítica elegirá quedarse con lo que realmente es : un cuento para emocionarse y, sobretodo, sonreir.
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