La fotografía de mis pasos fue revelada con el mismo tono de siempre. En mí, reinaba un aire distraído, distante y etéreo, aunque también decidido. Como de costumbre, avancé a mayor velocidad que el resto hasta que, con parte del camino recorrido, observé de lejos las escaleras y me vi asaltado por el hastío de la pereza. Cansado antes de subir, sentí como mi rapidez se contenía, dando paso al rastreador que ralentiza el ritmo y se oculta para observar tras la mata. Desde mi refugio, ví a una mujer joven, de raza latina, transportando un bebé. Observé conductas, no todas disimuladas. Alguno la adelantó y miró a otro lado para subir sin preguntar. Otro cambió el rumbo, decidiendo que ayer merecía la pena andar un poco más. Ella se detuvo, miró alrededor, y supo que nadie pensaba ayudarla. Llegué a su altura y la sorprendí con una voz que ya no esperaba.
No tengo ánimo de juzgar porque me juzgaría a mí mismo. Sin saberlo, o sabiéndolo, yo también he sido el que miró hacia otra parte en alguna ocasión. Supongo que lo observado tiene más que ver con el individualismo que con la maldad. Somos la definición de resistencia a la sociedad. Es el culto al yo, pero no como exaltación de lo que somos, sino como protección ante lo desconocido. Somos el miedo a decir hola y adiós. Somos el ojo que no quiere ver porque no es nuestro asunto. Y si yo estoy en peligro, ayúdenme por favor.
Arquero Urbano.
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