Existe un tipo de cine que podríamos definir como impersonal. Es ese cine en el que la autoría, y hasta el género, son cualidades demasiado difíciles de reconocer, sea quien sea la persona que haya detrás de la idea y ejecución de las mismas. Los Niños de Huang Shi, obra que recorre la epopeya del reportero británico George Hogg en la China ocupada por los japoneses durante los años 30, podría ser perfectamente un icono de ese tipo de cine.
Hollywood ha amparado infinidad de biografías y capítulos escondidos de la historia. En muchos casos, dichas propuestas esconden única y exclusivamente la ambición de generar un buen producto de marketing, pulido, vistoso, y lo suficientemente neutro como para no decepcionar a nadie. La película que nos ocupa encaja perfectamente en este estereotipo. Es difícil criticar Los Niños de Huang Shi. Trata un tema que, inevitablemente, resulta emotivo e interesante, y lo hace desde una óptica inusitadamente equilibrada. No se moja ni deja de hacerlo, básicamente porque el interés recae en el heroicismo de los protagonistas, y no en las causas y consecuencias de la barbarie. Tratar la épica supervivencia de un grupo de niños abandonados a su suerte es goloso, pero también envenenado. Es fácil caer en un dramatismo extremo y, si bien es cierto que el melodrama inunda la cinta, es suficientemente soportable como para llegar a las dos horas sin el alma excesivamente edulcorada.
Gran parte del mérito de lo comentado anteriormente debería recaer en el director. Es cierto que la labor de Roger Spottiswoode es meramente funcional, pero tampoco hay que negarle el oficio y experiencia con la que resuelve su trabajo. Por lo demás, en el reparto tenemos al siempre eficaz Jonathan Rhys Meyers, y a los inevitables Chow Yun-Fat y Michelle Yeoh, haciendo lo que mejor saben hacer: cubrir roles orientales de peso en una película rodada por occidentales.
Los Niños de Huang Shi es, en definitiva, una aceptable posibilidad de acercarse a una de esas pequeñas grandes historias que dejan las guerras. Historias anónimas en el tiempo, pero inevitablemente poderosas para quienes las vivieron. Dado que está rodada con oficio, no deja de ser una buena opción para salvar un domingo de cine sin pretensiones ni decepciones extremas. Sólo una reflexión para terminar, ¿Puede ser este film, sin querer serlo, una muestra de la mano que Occidente quiere tenderle a China para entenderse y encarar un futuro tan próspero como interesado? Todo es posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario