Vivimos tiempos extraños e inconexos. Tiempos en los que recorremos grandes distancias, buscando la pieza del puzzle que falta para dar sentido a nuestras vidas. Tiempos decepcionantes, contenidos, dolorosos para el alma, en los que La Colmena tiene más valor vendida al peso que luciendo en la librería del salón. Tiempos en los que, haciendo caso al tópico que ensalza el talento en eras de crisis, el cine español lucha desesperadamente por sacar la cabeza, dando luz a propuestas tan brillantes como Magical Girl, de Carlos Vermut.
Una definición sencilla del concepto "fuera de campo" nos llevaría a hablar de aquello que, en una película, queda fuera del encuadre. Es importante introducir esta idea, ya que uno de los aspectos más estimulantes de Magical Girl es que lo esencial habita fuera de campo, ya sea tras una misteriosa puerta, o en el inabordable y confuso pasado que nunca conseguimos dejar atrás. Por si fuera poco, es complejo -por no decir imposible- analizar Magical Girl como un todo. Entre otras cosas porque, con un asombroso despliegue de recursos, Carlos Vermut construye su obra secuencia a secuencia. Ello hace de esta película un extraño y sugerente collage en el que cada escena pesa, respira por separado, y lleva al espectador a ser partícipe, a su manera, del proceso de creación. ¿Qué pasó entre los inclasificables personajes de Sacristán y Lennie en la escuela? ¿Cuál es el veredicto moral para el desamparado padre y profesor al que da vida Luis Bermejo? ¿Qué cicatrices se ocultan tras la puerta del lagarto negro?
Es posible que el tiempo sitúe a España como uno de los epicentros espirituales de la actual crisis. Tal y como dice Miquel Insúa en su brillante monólogo, somos una contradicción que nunca supo escoger entre lo emocional y lo racional. La España de Vermut es el hábitat del desencanto; el acto final de una obra de teatro que ya no se cree nadie; o, por qué no decirlo, aquello que Torcuato Luca de Tena definió como renglón torcido de Dios. Lejos de movimientos como La Movida, las nuevas generaciones de cineastas españoles hacen palpitar la pantalla desde el desasosiego. No es casualidad que Gente en Sitios, Caníbal, La Herida, Stockholm, La Isla Mínima o Magical Girl hayan coincidido en el tiempo. Todas parecen dialogar, desde sus diferentes planteamientos, con la locura de un país fantasmal que ha abandonado toda pretensión de ser mejor. Sólo quedan el grito, la explosión y el letal gesto de apretar el gatillo. Como en el Nueva York de De Niro, Schrader y Scorsese.
Magical Girl es un laberinto lleno de recovecos, al que sólo un intelectual acomodado debería abstenerse. Una violenta pieza de jazz que reta al espectador a buscar con ahínco la pieza perdida de un puzzle imposible. Y también la consagración de Carlos Vermut ante los que buscamos miradas que sepan interpretar, si es que es posible, los extraños e inconexos tiempos que nos ha tocado vivir.
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