Mentiría si negara mi desencanto. El hombre, supuesto animal social, alimenta su caminar con viandas de autosuficiente convencido. Esa cualidad, innata en tantas personas, nos acerca a la indiferencia con la misma constancia con la que nos aleja de la sonrisa, la complicidad, la empatía, la disculpa, la autocrítica, el paso atrás, la humildad o la cercanía. Las charlas son pura esgrima, con ambos esperando a intervenir, sin escucharnos realmente. Los valores se invierten hasta convertir la anécdota en el centro, y lo trascendente en alpiste para jilgueros, pues es más fácil olvidar una guerra que una hora de más en el trabajo. Tal vez sea jugar a la defensiva, pero la vida tiende a ser vivida por uno, ignorando que nos pusieron en el tablero para contribuir a ganar una partida de la que todos somos parte.
Tal vez, el desencanto nace de esa lejanía que empiezo a percibir en mí mismo; esa resistencia al altruismo, y a ser parte de esa minoría que quiere vivir al resto con la misma intensidad que a sí mismos. Vivir debería ser sumar, pero tengo la incómoda sensación de vivir en la resta. Y no es porque me vaya mal, sino porque no siento que ayude a que al resto le vaya mejor. Y lo peor es que no me siento raro haciendo eso. Me siento uno más. De hecho, soy uno más. Hasta que dé un último paso, y esto deje de importarme.
Arquero Urbano
2 comentarios:
Vuelves a sorprendernos...
Pues no te queda nada, moreno...28 no son nada...en el futuro, si dios quiere echaremos de menos los treinta, los cuarenta, los cincuenta...y en mi opinión no vamos a mejor. El género humano es despreciable y un virus mortal para el planeta y sus criaturas...Así que ajo y agua...y resina...mucha resina...
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