Si en el museo del Séptimo Arte hubiera una sala reservada a los amores imposibles, Déjame Entrar merecería formar parte de ella con el mayor de los honores. La fábula escandinava del desconocido Tomas Alfredson pone sus pies en la rama donde obras como Eduardo Manostijeras, Drácula o la reciente Wall-e intentaron explicar la irracional y extraña naturaleza de las pasiones más desconcertantes. El resultado es una obra mayúscula, heredera a partes iguales de la gélida mirada de los autores escandinavos, y del delicado estilo con el que los más aventajados alumnos de Tim Burton presentan respeto a los seres más extraños y marginados.
Uno de los mayores logros de Déjame Entrar es su capacidad para producir sensaciones y saltar entre ellas sin caer herida. Tan capaz de inspirar el frío escalofrío del terror más seco, como de robarnos el corazón a través de la tierna y romántica historia de amor de Eli y Oskar, la obra sueca constituye un ejemplo de como la valentía de un autor decidido es el recurso más poderoso para robar el aliento a una sala de cine. Déjame Entrar está trabajada plano a plano, usando el encuadre, la originalidad y los recursos dramáticos con tal precisión que logra poner a nuestro alcance algunas de las escenas más brillantes que ha dado el cine de terror (permítanme ponerle una etiqueta tan recurrente como injusta) en los últimos tiempos.
Déjame Entrar alberga muchas capas, aunque uno sale del cine con la sensación que muchas otras subyacen escondidas. Más allá del cuento de terror, la historia de amor, o la mirada sobre el acoso escolar, resulta inevitable sentir el desasosegante frío que recorre la mayoría de escenas. Si bien es tentador atribuir esta sensación a los parajes helados de Estocolmo, sólo es necesario mirar un poco más allá para comprobar que el frío proviene de la indiferencia y la ausencia de sentimientos que emiten muchos de los personajes que aparecen ante nuestros ojos. Hay tan poco calor en los padres de Oskar, en sus compañeros de clase, en sus profesores, que Eli, con su insobornable temperamento, constituye la única fuente de ¿vida? a la que agarrarse en un invierno que parece condenado a la eternidad.
Déjame Entrar es, antetodo, el maravilloso viaje hacia la luz de dos seres tan extraños como mágicos. Un viaje que comienza con la llegada, de noche, de un coche en el que viaja una niña con un hombre taciturno y misterioso; y que termina, a plena luz del día, con la partida de un tren que parece avanzar hacia la esperanza. Uno se pregunta si lo que mueve a Oskar a besar los sangrientos labios de un vampiro recién saciado es el mismo sentimiento que en otro momento de su vida le haría derramar ácido en su cara para proteger a su amada. Tal vez sea por eso que las mejores historias de amor son contadas con la nerviosa escritura de los corazones atormentados.
1 comentario:
¡Qué nivel, Angelitolindo! y encima casualmente quería ir a ver esta peli, así que ahora con más motivo.
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