El Hobbit establece, de manera indisimulada, un lazo inquebrantable con El Señor de los Anillos. Todo paso dado por la película es referencial. La llegada de Gandalf a Bolsón Cerrado; las -inesperadas- apariciones de Frodo, Galadriel o Saruman -este último rozando el cameo-; el desarrollo paralelo -ausente en el libro- del renacer de Sauron; la sensación de Deja vu de la batalla con el Rey Trasgo; o la llegada a Rivendel, dinamitan la posibilidad de haber creado El Hobbit de la nada. Parece como si Jackson necesitara volver atrás para sacar adelante -¡lo consigue, que duda cabe!- su nuevo acercamiento a la obra; como si toda la inventiva mostrada en la trilogía anterior fuera parte de otra época, y sólo el efecto de la reminiscencia -Gollum al quite, ¡cómo no!- le hiciera capaz de conectar con aquello que no le hacía falta: sus fans. ¿O no fue siempre el magnético y poético territorio de Tolkien un mundo difícil de abordar?
Si bien no podemos jugar a saber cómo habría sido El Hobbit de Guillermo del Toro -tampoco es fácil imaginar que alguien pueda superar a un Peter Jackson cuyo conocimiento del material es insuperable-, sí que es justo reconocer la magnitud del esfuerzo del director neozelandés. Jackson utiliza el texto de Tolkien para ubicar, más allá de las aventuras de Bilbo y compañía, cualquier aspecto cronológicamente intuido en la obra completa del escritor. Es por ello que, incapaz de ceñirse a las aventuras de la compañía, aporta valor a personajes como el de Thorin, Sauron -el Nigromante, o el propio Gollum -cuya nueva dimensión ha sido y será la mayor aportación de Jackson a la obra-. Es obvio que lo necesita para dar cuerpo a una trilogía basada en El Hobbit, pero no es menos cierto que ello resta protagonismo a lo que en otras manos habría sido suficiente: la adaptación de una obra cuyo mero texto bastaba. Así pues, podríamos definir El Hobbit de Peter Jackson como "El Hobbit y otros acontencimientos paralelos en la Tierra Media". ¿Es ello producto de la voluntad de dar una nueva dimensión a la obra de Tolkien, o mera mercadotecnia? Difícil respuesta.
Sería injusto terminar esta crítica sin aludir a lo que, a juicio de quien aquí escribe, parece ser uno de los grandes logros de la película: su poderío visual. Parece que, tras el chapucero e impresentable uso de las tres dimensiones que se hizo tras la novedosa propuesta de Avatar -basta recordar la Alicia de Tim Burton-, obras como La Invención de Hugo, o este Hobbit logran que veamos el 3D como un valor añadido, y no como una mera excusa para incrementar la recaudación y convertir las salas en una extraña parodia. ¿Es ello suficiente para defender esta película? Es obvio que no. Hay mucho de innecesario e inflado en El Hobbit, pero no es menos cierto que cualquier obra que (1) Despierte a un acomodado de su sillón en los tiempos que corren, y (2) Exorcice a Tolkien y su sagrado uso de los valores, merece, cuanto menos, una pequeña oportunidad. Lástima que, quizás, Jackson haya olvidado lo pequeño y grande que era El Hobbit en sí mismo.
Namarië
Si bien no podemos jugar a saber cómo habría sido El Hobbit de Guillermo del Toro -tampoco es fácil imaginar que alguien pueda superar a un Peter Jackson cuyo conocimiento del material es insuperable-, sí que es justo reconocer la magnitud del esfuerzo del director neozelandés. Jackson utiliza el texto de Tolkien para ubicar, más allá de las aventuras de Bilbo y compañía, cualquier aspecto cronológicamente intuido en la obra completa del escritor. Es por ello que, incapaz de ceñirse a las aventuras de la compañía, aporta valor a personajes como el de Thorin, Sauron -el Nigromante, o el propio Gollum -cuya nueva dimensión ha sido y será la mayor aportación de Jackson a la obra-. Es obvio que lo necesita para dar cuerpo a una trilogía basada en El Hobbit, pero no es menos cierto que ello resta protagonismo a lo que en otras manos habría sido suficiente: la adaptación de una obra cuyo mero texto bastaba. Así pues, podríamos definir El Hobbit de Peter Jackson como "El Hobbit y otros acontencimientos paralelos en la Tierra Media". ¿Es ello producto de la voluntad de dar una nueva dimensión a la obra de Tolkien, o mera mercadotecnia? Difícil respuesta.
Sería injusto terminar esta crítica sin aludir a lo que, a juicio de quien aquí escribe, parece ser uno de los grandes logros de la película: su poderío visual. Parece que, tras el chapucero e impresentable uso de las tres dimensiones que se hizo tras la novedosa propuesta de Avatar -basta recordar la Alicia de Tim Burton-, obras como La Invención de Hugo, o este Hobbit logran que veamos el 3D como un valor añadido, y no como una mera excusa para incrementar la recaudación y convertir las salas en una extraña parodia. ¿Es ello suficiente para defender esta película? Es obvio que no. Hay mucho de innecesario e inflado en El Hobbit, pero no es menos cierto que cualquier obra que (1) Despierte a un acomodado de su sillón en los tiempos que corren, y (2) Exorcice a Tolkien y su sagrado uso de los valores, merece, cuanto menos, una pequeña oportunidad. Lástima que, quizás, Jackson haya olvidado lo pequeño y grande que era El Hobbit en sí mismo.
Namarië
1 comentario:
Te haré caso e iré a verla en 3D. Esta entrada tuya me da muchas pistas para ver una peli a la que no habría sacado demasiado por mi cuenta. Gracias.
Publicar un comentario