octubre 28, 2013

#TrendingTopic

Si le hubiera dicho que las paredes eran blancas, la hubiera creído. Igual que si hubiera comentado que eran grises, amarillas o moteadas. Incluso que no había paredes. Él estaba absorto, ausente, explorando los digitales recovecos de la pantalla táctil de su smartphone. Tras varios minutos removiendo la cuchara en una taza vacía, ella le habló, reclamando su atención. Ya estaba cansada de mirar con envidia al resto de mesas. No a las ocupadas, sino a las que deberían llenarse de gente ávida de conversación. Él contestó vagamente, sin levantar la cabeza. ¿Qué diablos ocurría? ¿Ya no había nada?

Finalmente, ella decidió arriesgar, cogió su teléfono y abrió aquel horror contemporáneo llamado whatsapp. Escribió rápido, llevada por una extraña inspiración, y pulsó el botón de enviar.

- ¿No lo entiendes? Yo tan sólo sueño con ser tu Trending Topic...

- Él levantó la cabeza. Y muchos habrían jurado que sonreía.

octubre 26, 2013

La Noche de los Girasoles - Crítica

La primera escena de La Noche de los Girasoles dibuja, desde la lejanía, la primera huida de la película. De manera frugal, la cámara muestra a un hombre escapando de un campo de girasoles, poniéndose los pantalones de manera precipitada y subiendo a un coche. Pronto deducimos que algo horrible acaba de pasar. Algo que, por muy cruel que sea, acabará tapado por la tradición de un país en el que nunca pasa nada.

Sin saber muy bien por qué, siempre he pensado que España se ha hecho a sí misma en base a la mentira. Tal vez sea por su propia composición, llena de micromundos rurales, en los que un ínfimo grupo de personas decide qué es verdad y qué es mentira. Qué merece la pena gritar, y qué silenciar para siempre. El que haya visitado esos lugares sabrá de lo que hablo. Esas miradas perdidas, asustadizas y desconfiadas que se te clavan para siempre. Ese eterno castigo que representa la imposibilidad de huir de tu propia vida. Esas habitaciones sin visitar. Esas casas sombrías, llenas de secretos y gritos apagados. Esos bares sin voces. Esos discos sin música. Esas fotos sin alma. Tal vez sea por ello que pasado, presente y futuro están constantemente en duda. Por lo que pisamos por lugares en los que murió gente de la que nadie se acuerda. No sé si es ese el motivo, pero Jorge Sánchez-Cabezudo construye, en la película que nos ocupa, una historia que necesita hasta cinco puntos de vista diferentes para ser contada sin perder ningún matiz. Una historia en la que la que la desgracia une el destino de varios seres durante una fatídica jornada de verano. En un lugar donde nunca pasa nada.

La Noche de los Girasoles es un relato que, desde la humildad, podría conectar sus propios ecos con el cine de los hermanos Coen. Si éstos son frecuentes exorcistas de la América profunda (Fargo, No es País para Viejos), y logran destilar en fotogramas la esencia de la novela de todo un Cormac McCarthy, Sánchez-Cabezudo se adentra en la no menos profunda España para construir un relato árido, doloroso, extraño y, ojo, profundamente humano (si entendemos por humana la capacidad de equivocarse, pecar, poner la vida en manos de una decisión, y hasta de hacer algo absolutamente imperdonable). Igual que en el cine de los Coen, (I)- hallamos una figura -la de un veterano cabo de la guardia civil- que actúa como catalizador de nuestra conciencia; como puro reflejo del desconcierto que produce aquello que, por mucho que queramos, no estamos dispuestos a asumir; (II)- el escenario es vacío, terroso e insoportablemente aséptico, casi tanto como la forma de rodar la crueldad de unos actos cuya naturaleza no permite ninguna concesión estética. Todo ello, también como en las obras de los Coen, en escondidos parajes donde nunca pasa nada.

Hay una carencia -grave en alguna escena- que lastra la implacable solidez de La Noche de los Girasoles. Se trata de la gélida interpretación de los diálogos. Tal vez sea forzado, o simplemente un problema de doblaje; incluso de dirección de actores, pero aún es imposible que una dicción de lo más correcta pueda superar la espontaneidad, y más si la historia se desarrolla en un entorno tan arisco y profundo como el de esta película. Un defecto que resta algo de brillantez, pero no puede tapar la calidad de una obra caleidoscópica, llena de matices, riquísima en su estructura narrativa, y excelsa en su implacable retrato de un país en el que cada metro cuadrado proyecta sensaciones distintas. Un país donde los secretos firman con sangre cada página de su asfixiante y bipolar historia. Un país en el que nunca pasa nada.

A Fuego Lento

Estoy sentado en un restaurante, esperando a ser servido. Veo que todos tienen su vida sobre la mesa. Pregunto por la mía. Se está haciendo a fuego lento. Muy lento. Pasa el tiempo, y noto que pierdo el apetito. Miro alrededor. Un plato elaborado. Una degustación. Una cata de vino. Un hueco vacío. Sólo el blanco del mantel. Tal vez no sea mi restaurante. Me levanto de mi mesa. Pago la cuenta. Me voy.

 Arquero Urbano, 12 de mayo de 2008.

octubre 20, 2013

Diario

La vida me ha llevado a escribir un diario con tinta invisible.

octubre 18, 2013

Vértigo

Llevaba mucho tiempo caminando por un desierto. Tal vez años. No lo supe hasta que mis pies comenzaron a arder de dolor. Hasta que la aparición de un precipicio hizo que me detuviera. Varios meses han pasado ya desde el primer día en que lo sentí. Mi interior se convirtió en arena pulverizada antes de una tormenta. Apareció el calor, la rigidez, la contención del aliento y las palabras. Era vértigo. 

Desde aquel día, apenas he movido un paso. Rehuyo la seguridad de un camino que ya conozco, y acabo volviendo al precipicio. Son muchas ya las veces en que he asomado mi cabeza. Siempre seguro de tener próximo un regreso. Siempre acallando un tormento imposible de silenciar. Hoy escribo desde cerca. Muy cerca. Demasiado, tal vez. Y lo he vuelto a sentir. Tras escuchar sólo dos palabras. Y sí, era vértigo.

octubre 13, 2013

Gravity - Crítica

En 1895, Auguste y Louis Lumière colocaron una cámara a la salida de una fábrica en París. Durante menos de un minuto, en una secuencia básica, imperfecta y, por supuesto, en blanco y negro, unos obreros desfilaban tras completar su jornada de trabajo, sin saber, seguramente, que estaban formando parte de un milagro. Esa escena constituía el nacimiento del cine o, lo que es lo mismo, la forja de un arte destinado a recrear, y no dibujar ni escribir, lo que vagamente se conoce como realidad. 118 años después, Alfonso Cuarón coge la cámara de los Lumière, y se la lleva -nos lleva- literalmente de paseo por el espacio.

La falta de paciencia quiso enterrar el 3D antes de conocer sus infinitas posibilidades. Tras el ya lejano estreno de aquel prodigio visual llamado Avatar, Hollywood se volvió loco, fue víctima de prisas y especulaciones, y convirtió la técnica tridimensional en un lamentable lavado de cara de sus películas más efectistas. Un proceso que ha aburrido al público hasta el punto de preguntarse si toda esta amalgama de artificios sirve para algo. Poco a poco, y hasta llegar a las inenarrables sensaciones que proyecta Gravity, cineastas como Martin Scorsese (La Invención de Hugo), Werner Herzog (La Cueva de los Sueños Olvidados), o Ang Lee (La Vida de Pi), han ido descubriendo que el 3D, como concepto, abre puertas jamás imaginadas para el séptimo arte. ¿Podemos hablar ya de un cine sensorial? ¿Está el propio cine adentrándose en un sendero que nos puede llevar a sentir físicamente (ya no ver o escuchar) la interminable historia que lleva más de un siglo susurrándonos al oído?

Gravity empezó a deslumbrar antes de nacer. Tal vez sea por poner a nuestro alcance uno de los más soñados desafíos del ser humano: ver el planeta desde fuera, flotar, ser libre hasta un punto inalcanzable en la Tierra. Todos hemos imaginado alguna vez cómo sería quedarnos desamparados, levitando en la ingravidez, en medio de una desasosegante oscuridad en la que nadie nos podría escuchar. La obra de Cuarón nos permite acercarnos a esa sensación de un modo casi milagroso. Hasta ahora, el cine se había conformado con recrearla. Desde el vals de 2001, Una Odisea en el Espacio hasta la hermosa escena en la que Wall-e persigue a Eva por el espacio a golpe de ráfaga de un humilde extintor -secuencia que, por cierto, Cuarón homenajea sin pudor alguno-, el cine nos había mostrado un cada vez más perfecto retrato de esa sensación tan mística e inalcanzable. Gravity da un paso adelante, y nos lleva a un estado de hipnosis. A sentirla en nuestra propia piel.

Si Gravity es una historia pura y dura de supervivencia, podríamos construir una analogía y analizar la propia supervivencia de la película ante sus limitaciones. Gravity constituye, ya lo hemos dicho, un milagro técnico, visual y sensorial. Y lo hace a pesar de un discreto guión -que, por suerte, pasa casi sin ser visto-, basado en la reiterativa manía de construir un pasado a la medida de toda acción heroica e imposible. Y también a pesar de descansar sobre los hombros de una actriz tan discutible como Sandra Bullock. Quizás sea uno de esos casos en los que nos preguntamos hasta qué punto el futuro del cine está ligado a lo ya conocido. Tal vez sea por ello que Gravity evoque el nacimiento -los infinitos cables como metáfora del cordón umbilical; la posición fetal de la astronauta desamparada- con tanta pasión ¿Puede una película alcanzar tantas cotas a pesar de? ¿Puede haber poesía sin verso? ¿Estamos asistiendo a la confirmación del nacimiento de un nuevo cine?

Volvemos al inicio de esta crítica. 1895. 118 años. La temprana edad de un arte aún en la pubertad. Un milagro que comienza a derribar puertas, a abrirse camino, a prescindir de la narración y recuperar el sueño de los hermanos Lumière: Hablar a través de las imágenes; activar un mecanismo sensorial que nos libere de los códigos establecidos y nos acompañe a través de un nuevo lenguaje destinado a conquistar cimas imposibles para otras expresiones artísticas. Lo sabían Kubrick o Antonioni. Lo saben Lynch o Malick. Y el 3D no es más que un paso adelante, un nuevo idioma que no debería cambiar el cine, pero sí convivir con él, al menos para impedir una renuncia que los que amamos este arte, y su incesante crecimiento como tal, no queremos aceptar.