octubre 31, 2008

Dos Cuentos de Halloween

Nadie como un niño sabría describir el miedo. Una mirada virgen camina constantemente por el sendero de lo desconocido. Todos hemos tenido miedo a apagar la luz y a encenderla; a despertar y a dormir; a aquella casa abandonada; a aquel viejo vagabundo. Hace unas semanas, los que aquí escribimos nos planteamos un reto el uno al otro. Escribiros a todos dos relatos para Halloween. Juramos que no hemos sabido nada de lo que el otro escribía. No hasta hace unos minutos. El miedo nos recorre al pensar que nuestras historias beben de las mismas fuentes. Eso nos hace pensar que alguien lo ha escrito en nuestro nombre. Sea como fuere, esto va dedicado a quienes han sido niños alguna vez. Apagad las luces.. Empieza la función.

Ángel Ruiz y Héctor Gómez.



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Destellos en la Noche (por Ángel Ruiz)


Joel tenía su mirada clavada en el fondo de la habitación, allá donde el color dorado se apagaba lentamente tras el cálido adiós de su madre. La minúscula luz del pasillo era lo último que veía antes de enfrentarse a la noche. Cinco años recién cumplidos eran muy pocos para no tener miedo a apagar la luz, y saber que puede haber paz en las tinieblas y horror en las primeras horas del alba. Los primeros instantes de soledad siempre pasaban lentos, siendo la cama un inmenso desierto que su pequeño cuerpo no alcanzaba a cubrir. Para protegerse de las sombras, Joel escondía pudoroso su cara bajo las sábanas, y dejaba que en su aliento flotaran los rastros del delicioso postre con el que acababa la cena. Poco a poco, la mente se relajaba, dando paso a un viaje en el que su lecho se convertía en una gran alfombra mágica que lo transportaba por los aires a través de casa. La parada favorita de Joel era la cocina. Desde lo alto, se veía a sí mismo sentado en la mesa antes de merendar, con expresión de pillo en la cara y las piernas colgando de una silla caprichosamente alta. Allí, el pequeño esperaba impaciente el sonido de la leche cayendo en la taza, mientras la isla de chocolate aguardaba a ser atravesada por la cuchara de la justicia. Mamá le miraba sonriente mientras acariciaba sus cabellos. Todo lucía lleno de color y luz, desde los blancos azulejos al recuerdo invisible de su padre.

Cuando la calma del regreso llegaba a la alcoba, Joel se convertía en el valiente aventurero que jugaba cada noche a buscar luz en las tinieblas. Poco a poco, sin confiarse, el pequeño reptaba hacia arriba bajo las sábanas, hasta que llegaba a rozar los lindes de la almohada con su rubia cabellera. Al descubrir la superficie, Joel cerraba fuertemente los ojos, hasta que los párpados y la nariz se arrugaban como el hocico de un roedor. Unos instantes de concentración bastaban para que la oscuridad se convirtiera en una pared impenetrable. Era entonces cuando aparecía la magia, creando decenas, cientos, miles de destellos de luz que se multiplicaban por todas partes para gozo del pequeño. Nadie más conocía el truco. Y él tenía claro que no iba a compartirlo con su amigo Marcos, a menos que éste le dijera cómo podía su peonza rodar tanto tiempo sin caer.

Aquella noche, los destellos aparecieron, como siempre, tras la más orgullosa de las sonrisas de Joel. Ya era un hombrecito preparado para abrir los ojos en la oscuridad. A su orden, las pestañas acudieron raudas, abriendo los ventanales que dejaban paso a su mirada. En ese momento, la penumbra dejó de serlo para convertirse en una foto grisácea y difuminada de la habitación. Una tenue luz se filtraba por la ventana que daba al patio de luces. Tal vez fuera el vecino del segundo, el escandaloso, como lo llamaba mamá. Los ojos de Joel barrieron la habitación. La sábana se extendía ante él, como un lago que cruzar antes de posarse en tierra firme. Al fondo estaba el armario, al que Joel nombraba cada mañana guardián del cuarto. El recorrido siguió por las paredes, hasta divisar la imagen recortada de la estantería, donde descansaba su foto con el disfraz del Capitán Garfio. Cada sombra parecía estar en su sitio, incluida la de la silla donde mamá se sentaba para leerle.

Cuando Joel volvió a acordarse del destello, éste ya menguaba en el horizonte. Volvió a jugar con él, moviéndolo de la estantería al armario, haciéndolo girar en el aire, y llevándolo rápidamente hasta la silla. De repente, el centelleo se detuvo, clavando su mirada. El aliento del pequeño se quebró, llenando la habitación con un sonido ahogado y terrible. Lo que siguió convirtió la eternidad en un simple suspiro. La mirada permaneció hundida en la silla, sin poder apartarse. Una sombra se recortaba sobre ella, sin haber pedido permiso para estar ahí. Una sombra que acabó con el destello, con el tiempo y con el ensordecedor silencio. Joel se quedó inmóvil, incapaz de reaccionar. De querer gritar, el aire no habría llegado a los pulmones. De querer correr, las piernas no habrían respondido. Sólo una lágrima que se abría camino ante el miedo acudió al rescate. Los segundos fueron largos, pero segundos al fin y al cabo. Los suficientes para volver a deslizarse bajo las sábanas, mientras el corazón se disparaba en mil latidos. Los suficientes para acurrucarse sin querer preguntarse qué o quién estaba sentado en su silla.

Fuera, Olga se dirigía hacia su habitación, cubierta con una bata. Mientras caminaba, un inesperado escalofrío recorrió su cuerpo. El temblor le hizo pensar que tal vez habría cogido frío en la terraza, mientras fumaba el último cigarrillo del día. Se paró ante la puerta de Joel, dudando si entrar para ver si ya dormía. Agarró el pomo de la puerta sin decisión. ¿Cuándo habría crecido lo suficiente como para no robar su intimidad en plena noche? El frío volvió a hacer acto de presencia. Qué extraña intensidad, para estar en otoño. Olga abrió con delicadeza y escudriñó el imperturbable silencio. Duerme –pensó para ella-. De haber estado despierto, Joel habría gritado “¡Te pillé!”. Olga cerró la puerta. Podía ir a dormir tranquila.

Bajo las sábanas, Joel había escuchado cómo se cerraba la puerta. Mamá no estaba con él. Su voz le había traicionado, impidiéndole gritar. Tal vez había sido ese maldito frío, que no paraba de arreciar. Tras oír el sonido de la madera encajada en el marco, Joel hizo de su cuerpo un ovillo, acurrucándose contra la pared. Cerró los ojos hasta el dolor, y mordió sus labios para que el castañeo de sus dientes no fuese escuchado. De pronto, un sonido le llegó de fuera. Fue algo leve, sin definir. Quizás, el gesto de una rodilla al levantarse. O el de un pie iniciando un primer paso. El pánico invadió la habitación, paralizando al niño en medio. El sonido se iba haciendo pavorosamente cercano. Joel, asustado, se agarró con fuerza a la sábana, respirando inquieto el escaso aire que quedaba en su escondite. No podía pensar, ni pedir milagros. ¿Qué debía hacer, acorralado como estaba por una sombra? De repente, la sábana que le cubría empezó a moverse, separándose de su cuerpo. Joel se aferró a ella, pataleando y llegando a morder la tela. Todo fue inútil. Su cuerpo fue entregado a la noche, sin parar de temblar y con los ojos negándose a mirar. –Tranquilo, Joel- El susurro le atravesó como una flecha, acompañado de una mano helada que cayó sobre su hombro. –Tan sólo quería verte dormir- Joel abrió los ojos, pero nada pudo ver. -Ya me voy, pequeño- acertó a escuchar antes de que el frío desapareciera.

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Intenta no Respirar (por Héctor Gómez)


Intenta no respirar...


Sus pequeñas piernas parecen de plomo, se mueven como lastradas por un enorme peso. Todo su cuerpo parece estar sumergido en una piscina de un líquido mucho más denso que el agua. Trata de girar la cabeza pero su cuello no responde, está anquilosado, fijo, mirando al frente, hacia la oscuridad más absoluta. No puede mirar atrás pero siente que algo le persigue, algo terrible, algo que su pequeña mente infantil ya puede reconocer como peligroso, como maligno, como diabólico. Le gustaría gritar, intenta chillar con todas sus fuerzas. Cierra los ojos y se concentra en crear la mayor cantidad de ruido posible, pero su grito se ahoga en su garganta, apenas resuena en sus oídos como un rumor lejano, como la pequeña súplica de un ser insignificante desde las entrañas de la Tierra.


Intenta no respirar....


Parece que esa es la única manera de sentirse a salvo. Siente que cualquier movimiento, cualquier atisbo de vida será detectado por aquello que le persigue. Contiene la respiración, intenta guardarse hasta el último aliento en los pulmones. Pero pronto siente un pequeño mareo, una irreal sensación de abandono. Parece pesar todavía más. Algo le dice que va a morir si continúa así, con esa extraña idea sobre la muerte que tienen los niños, entendida como el fin de todo, sin ninguna connotación. Expulsa el aire, y al instante nota como aquella presencia se hace más evidente, como si le esperara agazapada entre las sombras. No la ve, siempre está detrás de él, pero la siente. La siente cercana, expectante, ansiosa de abalanzarse sobre su pequeño cuerpo. Apenas tiene ocho años, pero ya imagina lo que podría pasar si aquello llega a alcanzarle.


Intenta no respirar....


Reanuda la huida, con todo el peso del mundo sobre su cuerpo. Su mente ordena un movimiento rápido, pero sus miembros responden con pesadez. No corre, flota. No huye, se mueve en círculos, hacia ninguna parte. Sin ninguna salida. Aquello está cada vez más cerca, sigue sin verlo pero esta vez puede escuchar su voz. Una voz granulosa, inhumana, ni siquiera animal. No podría relacionar esa voz con nada de lo que había escuchado hasta ese momento. Sin embargo, puede entender lo que dice. Está hablándole, o aún mejor, está cantándole. Una canción cuya letra cree reconocer, pero que está anclada en un pequeño recodo de su mente, ese recodo que contiene los recuerdos que nos ocultamos, todo aquello que escondemos porque no podemos soportar. Conoce la letra, en algún momento la ha escuchado, quizá en otra huida anterior. Pero no quiere escuchar como termina. Intuye que el final contiene un destino terrible.


Intenta no respirar....


Esa voz...un simple sonido que se le hace insoportable al oído. La misma voz de la muerte, del terror, una voz que sugiere un pozo sin fondo, una caída hacia la oscuridad que parece no tener fin. Siente escalofríos, sus miembros se le hielan. Nota la presencia justo por encima de su cabeza, o más bien por todas partes, como si le rodeara. Se detiene, o quizá no había podido moverse hasta entonces. Cierra los ojos con fuerza, intentando conjurar el pánico. Una lágrima se queda atrapada dentro de su ojo y se le clava como un puñal helado. Contiene la respiración una vez más, no le importa que sea la última. La voz se materializa cada vez más próxima, y sigue cantando una especie de letanía burlona, con la tranquilidad que otorga el saber que la presa está acorralada:


“No huyas pequeño, no puedes escapar

Estés donde estés, te puedo encontrar

Bajo las sábanas o en tu armario puedo morar

Soy tu fiel compañero, el miedo mortal

Estés donde estés...”


La última palabra parece prolongarse hasta la eternidad, se incrusta en sus oídos y arraiga en ellos. Un estallido en su cabeza le hace perder levemente la noción del tiempo y del espacio. De repente, todo se difumina, empieza a dar vueltas. Y, por fin, se ilumina. Cuando consigue reunir fuerzas para abrir los ojos, la lágrima helada se desliza por su mejilla. De pronto la voz parece haber desaparecido, las tinieblas se apartan y dejan paso a un haz de luz que pronto reconoce como acogedor, como familiar. Mira alrededor y reconoce su pijama, su cama, sus juguetes, su ropa colgando en el respaldo de la silla. Y reconoce a su madre, con aspecto preocupado sosteniendo el pomo de la puerta. Por primera vez respira aliviado, está deseando saltar de la cama y abrazar con fuerza a su madre, sentir un calor protector tras tanto terror helado.


Pero en lugar de eso, lo que ve le deja paralizado, sin respuesta posible. Ve a un niño de ocho años abalanzarse sobre su madre. Lleva su mismo pijama, el mismo corte de pelo, la misma marca de nacimiento en la nuca. No tiene ninguna duda de que es él mismo. Pero él no está allí, a salvo con su madre, está aquí. Pero nadie parece verlo, su madre no se da cuenta. Quiere gritar, pero se encuentra de nuevo con ese rumor lejano. Ve alejarse a su madre con aquél niño que es él pero no es él en sus brazos, la ve cerrar la puerta. Adiós a la luz, regreso a la oscuridad. Han desaparecido su cama, sus juguetes, la ropa colgada de la silla. Y ha vuelto la voz, más fuerte que antes, más burlona. Más segura de su triunfo. Por fin puede acabar su canción maldita...


"Estés donde estés, te puedo encontrar...."


Intenta no respirar....

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octubre 19, 2008

Quemar después de Leer

Tras batallar con la enorme carga dramática que encerraba en su interior la poderosa "No es país para viejos", es ya una teoría extendida que los hermanos Coen han querido aprovechar el rodaje de "Quemar después de leer" para disfrutar y relajarse. Tal premisa ha actúado de caramelo envenenado, logrando que más de un espectador haya ido al cine con pocas ganas, esperando ver una obra decididamente menor y sin excesivas pretensiones. No voy a ser yo quien desmienta la dimensión lúdica que haya podido tener este rodaje para la pareja de directores. El tono desenfadado que recorre la película y la irreverente mirada que proyecta sobre la América New Age invita a pensar en altas dosis de carcajadas. Mi teoría es que los hermanos Coen tenían ganas de hacer "Quemar después de leer" para, valga la redundancia, demostrar las ganas que le tenían a más de uno.

El primer plano de la película muestra una imagen de América tomada desde fuera de la Tierra. Poco a poco, la cámara va avanzando, reduciendo el marco, agrandando el detalle, y acabando tras unos pasos que recorren un edificio de la CIA. Los Coen empiezan, sin disimulo, con el movimiento que ejecutamos muchos de nosotros en el famoso Google Earth. Un guiño a la actualidad, al que se van uniendo durante el metraje parodias de los programas de fitness, la cirugía estética, las citas a ciegas, las crisis matrimoniales y, sobretodo, la inteligencia militar. ¿Y todo para qué, os preguntaréis? ¿Para qué tirar de clichés? Parece una idea sacada del informativo de turno, pero no me negaréis que no hay mejor modo que retratar una sociedad un tanto idiota, regida por idiotas, que enseñarnos a todos las idiotas costumbres y preocupaciones que la caracterizan. Y uso el término idiota porque es la sutil y concisa forma de llamar(nos) que tienen los Coen en esta película.

El qué y el cómo son imprescindibles para hablar de "Quemar después de leer". Construir una historia, por muy paródica que sea, desde clichés, puede tener como consecuencia la crítica basada en el recurso facilón. La teoría se desmonta cuando vemos que tales clichés sólo son parte de un mecanismo tan sólido como es el guión de esta película. Hemos visto grandes ideas fracasar por la forma de llevarlas a cabo. Aquí nos encontramos con una idea "menor" adaptada con un ingenio y un oficio exquisitos. Ello nos hace reflexionar con dos ideas que trascienden la película. Una es el momento que vive la comedia americana. Últimamente, vemos al cine americano viviendo una especie de Edad de Oro en lo que a este género se refiere. El nulo disimulo con el que los cineastas anglosajones cargan contra los ideales y los mitos en los que navega Estados Unidos está dando como resultado un número nada desdeñable de magníficas comedias. Ya hablamos el otro día de Tropic Thunder. El segundo aspecto sobre el que debemos reflexionar es el que hace mención a Ethan y Joel Coen. Pocos casos hay de cineastas tan prolíficos y regulares como estos dos hermanos. Bien es cierto que no siempre firman una obra maestra. A decir verdad, han firmado pocas, pero no es menos justo reconocer que hasta sus propuestas menos brillantes suelen estar muy por encima de la media.

En conclusión, podemos decir que "Quemar antes de leer" está rodada con tono relajado y desenfadado, pero también que ello no debe ser obstáculo para disfrutar de su ingenio, su guión y sus excelentes gags. Sólo un apunte más: J. K .Simmons. El jefe de Peter Parker (y padre de Juno) vuelve a demostrar su estado de gracia. Que dure. Cada plano que le tiene a él como protagonista es una magnífica noticia.

octubre 16, 2008

Tiro en la Cabeza

La magnífica "La Soledad", de Jaime Rosales, mostraba, a través de un recurso formal tan atrevido como la polivisión (división de la pantalla para mostrar una escena desde diversos ángulos), como era posible hablar sobre una cuestión de fondo desde la manipulación de la forma. En la anterior película del director español, sensaciones como la pérdida y el vacío parecían multiplicarse al dividirse la pantalla. Podría parecer paradójico, pero el recurso funcionaba. Tiro en la Cabeza, la nueva y comentada propuesta de Rosales, nos lleva a similares consecuencias. Es una de las películas más ruidosas que yo recuerde. Al menos, entendiendo el ruido como yo lo entiendo. Curiosamente, es una obra en la que no escucharéis ni un sólo diálogo.

Afrontar el terrorismo desde la óptica del cine es complicado. Hasta hoy, ha sido prácticamente imposible alejarse de posiciones morales o partidistas, que un día humanizan o deshumanizan al ejecutor, y otro día encuentran héroes en el bando que más interese. Rosales, con su película, muestra, en 80 minutos, un magnífico ejemplo de la reducción al absurdo. Mucho se ha hablado del conflicto etarra, y de la imperiosa necesidad de separar el debate político del conflicto armado para solucionarlo. Rosales da un paso que no debería caer en saco roto. El asesinato es absurdo por naturaleza. Había una necesidad imperiosa de aislarlo de discursos, y desnudarlo para que lo veamos en su más contundente expresión. El asesinato es el fin de todo, del ruido y del silencio, que es precedido por todo y que antecede a la nada.

El director de Tiro en la Cabeza muestra, pese a la introducción de nuevos códigos formales, un caminar semicontinuísta en lo que a su anterior obra se refiere. Volvemos a observar una realidad con un tono seco y desangelado. La interpretación (si es que puede hablarse de este término) sigue los caminos del naturalismo con convicción. Es tal su acercamiento a la esencia de lo real, que nos costará creer que no es la grabación real del dramático atentado de Capbretón. Rosales saca la cámara, y la expone a la crudeza del mundo. Alguno interpretará el día a día del etarra como un intento de humanizarle. Yo creo que ese día a día no es más que la ropa manchada por el disparo.

Tiro en la Cabeza es una película imprescindible, diferente, de recomendable visión para todos y cada uno de los habitantes de este país que se hacen preguntas sobre el terrorismo. Jaime Rosales vuelve a demostrar, con su inquieta mente, que el cine español esconde talento bajo su devaluada imagen pero, además, aporta una visión aterradora sobre uno de los temas más complejos y dramáticos que nos afectan. Un tiro en la cabeza es un tiro en la cabeza. Frío, crudo y real.

octubre 13, 2008

Delfines

Cuba, 1999. Apunte breve sobre la historia de Elián González.

"Elián González partió desde Cuba con su madre, en busca de un futuro mejor. Viajaban junto a otras personas en una pequeña balsa, con Norteamérica en el horizonte. La balsa estuvo varios días a la deriva, hasta que todos perecieron. Todos, salvo el pequeño Elián, quien, agarrado a un salvavidas, quedó a merced de la mar. Días después, Elián fue rescatado por un barco de pescadores. Al relatar su historia, el pequeño afirmó haber sido acompañado por un grupo de delfines durante su sufrido viaje"

Nueva Zelanda, 2004. Noticia emitida por la BBC.

"En las aguas que rodean Nueva Zelanda, tres socorristas y la hija adolescente de uno de ellos se encontraban haciendo prácticas de submarinismo. Durante la inmersión, atisbaron la llegada de un tiburón blanco, que se acercó peligrosamente a ellos. Los cuatro submarinistas calcularon la distancia que les separaba de la orilla, pero se percataron que no había tiempo para escapar. Todo parecía perdido. De pronto, un grupo de seis delfines apareció de la nada y, durante 40 largos minutos, se interpuso entre ellos y el tiburón. No les abandonaron en ningún momento, ni siquiera para volver hasta la orilla"

Islas Galápagos, 23 de abril de 1987. Crónica recogida del libro "Andorra, entre alisios y tifones", de Avelino Bassols Llopart.

El yate "Andorra" navega próximo a las Islas Galápagos. Avelino Bassols Llopart, capitán del navío, dejó este testimonio en su libro "Andorra, entre alisios y tifones":

“Al acercarnos al archipiélago, la primera isla que debíamos encontrar era la de Tower o Genovesa, nombre dado por ingleses y españoles respectivamente. Según nuestros cálculos, la pasaríamos de noche, a unas 10 millas por estribor, por lo que no debíamos temer nada. Pero aquella noche, que era tan negra que daba pavor e íbamos muy tensos por ello, vimos de pronto que nos seguían varios delfines. El hecho es normal por estas latitudes, pero su comportamiento no lo era. Los delfines se movían de un modo extraño, refregaban su lomo contra el casco por estribor y emitían unos chillidos agudos y raros. Joaquín, que estaba de guardia en la rueda, Félix, que intentaba dormir en el interior, y yo, que trabajaba en la mesa de cartas, nos dimos cuenta del fenómeno y salimos a cubierta. En ese momento vimos con espanto que estábamos a unos escasos 50 m de unas rocas negras que se nos aparecían amenazadoras."

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Esta entrada adapta los testimonios emitidos en el programa "La Rosa de los Vientos", de Onda Cero, el 21 de septiembre de 2008.

octubre 11, 2008

¿Apocalipsis o Nuevo Mundo?

El Mundo no se crea ni se destruye; sólo se transforma.

Cuando la población mundial se expone a una crisis económica como la que estamos viviendo en nuestros días, surgen las preguntas, la incertidumbre, la desconfianza e incluso el replanteamiento de la estructura que ha originado esta situación. En resumen, se estudia el pasado, el presente y el futuro, y se llega al incómodo pero necesario paso de cuestionar todo aquello en lo que hemos creído hasta hoy. No es la intención de este artículo exponer un nuevo y aburrido teorema sobre las causas y consecuencias de la actual crisis, sino de lanzar una pregunta global, que aproveche el entorno macroeconómico en el que vivimos, y que vaya más allá de todo lo expuesto hasta ahora: ¿Estamos dando los primeros pasos hacia un Nuevo Mundo?

Las bases del capitalismo han estado intímamente ligadas a la generación de riqueza. Si aceptamos como punto de partida que el capitalismo ha actuado, desde Occidente, como motor del crecimiento del aceptado como Primer Mundo, uno debería cuestionar si esas mismas bases tienen algo que ver con la actual situación. Sin entrar en detalles, no hay duda al respecto de una premisa casi incuestionable : El capitalismo tiene a la ambición como perro de presa, y es la ambición mal entendida una de las grandes causantes de lo que está pasando. Podemos hablar de hipotecas subprime, de burbujas inmobiliarias y de muchas otras causas. Las acepto todas, pero yo prefiero hablar de la ambición como elemento generador de dichas causas.

Hay una gran correlación entre microeconomía y macroeconomía. Para entender un problema global, es mucho más sencillo partir de un problema particular. Cuando las malas artes, la codicia y la ruptura de cualquier reglamento están detrás de cualquier operación llevada a cabo en cualquier estamento del circuito económico (y ya podemos hablar de una inmobiliaria que engaña, de un banco que estafa, o de una empresa que explota), es muy probable que también lo estén tras una crisis mucho más amplia. Tal vez el capitalismo era y sigue siendo el mejor entorno en el que crecer, pero está claro que la explotación de sus límites ha terminado por jugarnos una mala pasada. ¿Os suena de algo la frase "Esto tiene que reventar por algún lado"? La han pronunciado muchos ciudadanos de a pie.

Hay un análisis a tener en cuenta fuera de la crisis actual, y es el que hace referencia a la composición del Mundo. Durante los supuestos años de bonanza, hemos querido olvidar que un altísimo porcentaje de la población mundial ha seguido y sigue pasando penurias. Bien sea por regímenes de gobierno infames, por herencias envenenadas, por escasez de recursos o por la gracia de Dios, muchos habitantes del planeta se quedaron sin probar el pastel. La paradoja nos lleva a imaginar una situación en la que la peor crisis imaginable a corto plazo en Europa es apabullantemente más deseable que la realidad habitual de muchos otros países. Ello concibió un orden mundial en el que la riqueza ha sido repartida entre pocas manos, con síntomas claros de explotación, y en el cual reflexionábamos desde la distancia acerca de si la pobreza en el Tercer Mundo era por causa natural o por la dichosa globalización; dando por hecho que el orden de los factores (pobres-ricos) era inamovible.

Hay quien, acertadamente, cree en los ciclos. La historia está marcada por episodios en los que el poder ha ido cambiando de manos durante periodos más o menos largos. Es posible que Occidente haya crecido a costa de muchos y, tal vez, de su propia subsistencia. También lo es que la emergencia de nuevas potencias (China, India) la silenciosa resurrección de Rusia, la enorme presencia de capital privado en Oriente Medio, y los datos que nos llegan sobre el crecimiento de países como Brasil, son síntomas suficientes como para establecer el boceto de una teoría: El Mundo puede no estar enfrentándose al Apocalipsis, sino a un enorme giro de timón.

Mucho se ha hablado de Estados Unidos en estas últimas semanas. El gran gigante que escribió gran parte de la historia del siglo XX está recibiendo un severo castigo que le hace mirar fuera con el respeto que le ha faltado en otros tiempos. El país anglosajón es objeto de la desconfianza de unos, la expectación de otros, y el desafío de quienes hablan cada vez más en serio. Es algo que no debería caer en saco roto, y que asoma en el fondo de los problemas de un país que ya parece tener bastante con lo suyo. Tal vez sea el momento en que Occidente se vea obligado a escuchar nuevas voces. Hay mucho que aprender de una crisis que, tal vez, era necesaria. Creo que se están escribiendo las últimas páginas de una realidad, y las primeras de otra. Tal vez un Nuevo Mundo esté llegando. El tiempo lo dirá.

octubre 07, 2008

El Post It

El Post It es aquel personaje que aparece y desaparece de la vida de uno a una velocidad casi imperceptible para el ojo humano. Se distingue por llegar con energía, hiperactividad, abriendo puertas y proponiendo planes de forma agotadora e inexplicable. El Post It suele sentirse cómodo en ambientes novedosos. Es extrovertido, y le sobra carisma y simpatía para ganarse al personal. Su aparición en nuestras vidas puede tener mil y una causas, que paso a comentar a continuación,
  • Necesidad de renovarse. El ser humano se aburre pronto, sobretodo en algunos casos. Renovar el círculo de amistades puede ser visto como una salida a la rutina. "Me encanta conocer gente nueva". Sin implicarse, como un polvo rápido y desprovisto de sentimiento.
Desprendimiento más probable : La aparición del aburrimiento.

  • Ruptura reciente de una relación. Hay quien reacciona a las rupturas con una explosión interna. La mejor manera de superar una ruptura puede ser haciendo nuevas amistades. Si puedo superarlo en 5 días, ¿para qué esperar 5 meses? El Post It elige un grupo nuevo con 3 motivos: Evitar el roce con personas que le recuerden a su ex, pasárselo bien y tantear el terreno para una nueva relación. Un 3 en 1.
Desprendimiento más probable : La aparición de una pareja.

  • Acumulación. Hay un fenómeno asombroso en la sociedad actual, que es el de acumular amigos. Las agendas y listas de contactos interminables son un tesoro cada vez más cotizado. El Post It puede ser Post It de 300 personas con tal de contar batallas con 300 amigos. Tener muchos amigos mola. Y punto.
Desprendimiento más probable : Que 300 le parezcan muy pocos.

Paso a comentar un caso que me apasiona, que es el encuentro de dos Post It. Tal acontecimiento representa una de las situaciones más sinceras que puedan darse en el inabordable zoológico humano. Cuando dos Post it se conocen, ninguno de ellos espera nada que no vaya a recibir. La relación acabará con la misma normalidad con la que empezó y, es probable que, tras mucho tiempo, se encuentren por la calle y reaccionen con la naturalidad de los más grandes.

"¡Cuánto tiempo, tío! ¡Precisamente ayer me acordé de tí! Se lo comenté a Gemma en el desayuno. ¿Que será de Cristóbal?"
-Lo mejor es la despedida-. "Tío, dame tu móvil, que hace poco se me borró toda la agenda y perdí el tuyo. Te veo genial, de verdad. A ver si nos llamamos y quedamos un día. Venga, tío. Cuídate. Hablamos, ¿eh?" Y cada uno por su lado. Y sin problemas.

Conclusión

Si aprendéis a reconocer a un Post It, os evitaréis el disgusto de esperar demasiado del citado personaje, y os limitaréis a disfrutar de su breve compañía. Yo, personalmente, tengo mucho cariño por los Post It. Tienen una versatilidad envidiable, y acostumbran a ser gente intensa y fácil en el trato. Si os cruzáis con uno, aprovechad la situación, pasadlo en grande con él, y no os disgustéis si se desprende. No todo el mundo llega para quedarse, pero ello no significa que no merezca la pena. Unos días de diversión bien pueden merecer la pena.

PD. Tal vez, tu y yo hemos sido un Post It para alguien en alguna ocasión. ¿No te parece magnífico?

octubre 03, 2008

Tropic Thunder. ¡Una Guerra muy Perra!


Si algo hay que reconocerle a Ben Stiller con su última película, es la habilidad para vender como una comedia disparatada lo que es, a mi juicio, uno de los más desternillantes ejercicios de mala leche que haya dado Hollywood en los últimos años. Stiller ha aprovechado un entorno absolutamente hostil para el talento, en el que afloran una preocupante crisis de creatividad, continuas huelgas de sindicatos (guionistas, actores), una indisimulada invasión publicitaria y la continua re-explotación de fórmulas antiguas, para lanzar una corrosiva mirada sobre todos y cada uno de los elementos que han convertido Hollywood en un vaso de agua demasiado sucia para beber.

Tropic Thunder pone pronto las cartas sobre la mesa, y arranca con un impagable fake, consistente en la parodia de 4 trailers (la séptima secuela de una saga, un videoclip obsceno de una neo-star, una comedia escatológica y un drama presuntamente profundo con tintes homosexuales) que aparecen como el resumen perfecto de las tácticas de Hollywood para llenar la taquilla. A partir de ahí, arranca una comedia coral sobre el imposible rodaje de la "mejor película bélica de la historia", y que podíamos etiquetar como la enésima obra financiada por un magnate sin escrúpulos, dirigida por un pobre hombre, escrita por un farsante, y protagonizada por un elenco de estrellas "irrepetible".

En Tropic Thunder hay muchos elementos a tener en cuenta. El primero es la metafórica muerte de un director que vuela por los aires sin venir a cuento. A nadie escapa que, en el Hollywood actual, la jerarquía la marcan el dinero de los productores y el poder mediático de los actores. Pocos se acuerdan de quien dirige el 90% de las películas. Ya ni os pregunto por quién escribe los guiones. En la obra de Ben Stiller, la falsa película se construye sobre un imprevisto ejercicio de raza, liberal, que se basa en la intuición de unos actores que, de pronto, se han visto sin director y con un guión que nadie ha leído. El monólogo reivindicativo de Steve Coogan como director es detenido de golpe, sin fisuras, por la contundencia del productor, un ser poderoso, ambicioso y amoral que encarna un sorprendente Tom Cruise. Las cartas en Hollywood, están marcadas, y es difícil pensar en un sitio para el autor en la baraja.

Mas allá de lo comentado, el punto fuerte de Tropic Thunder es, sin duda, el retrato de los cinco pretendidos actores. El elenco reúne a la vieja gloria a rescatar (Ben Stiller), al chaval prometedor (Jay Baruchel), al divo insoportable (Brando T. Jackson, como Alpa Chino), al profesional irreductible (Robert Downey Jr), y a la estrella despendolada (Jack Black). Stiller aprovecha la interacción entre ellos para sacar sus armas y disparar contra todo lo que se mueve. No queda nada por el camino. Sin entrar en detalles, quiero destacar el personaje del genial Robert Downey Jr. Es el retrato perfecto de Hollywood, desde su construcción hasta su redención, con lo que ni una sola de las frases que pronuncia merece el despiste al ser escuchadas.

Tropic Thunder es un escondido acto de denuncia y esperanza. Un acto de guerra, como el que anuncia su merchandising, contra la crisis creativa que viven los estudios de Hollywood, pero también una demostración de talento que no todos esperábamos de Ben Stiller.